Artista, escritora y cineasta, Jill Magid, abraza la autoridad para verla críticamente. Se inserta en sistemas de control para convertirse en protagonista dentro de ellos, generando un cuerpo de trabajo interconectado (escultura, instalación, performance, libros, imagen en movimiento) que impulsa cada investigación. Se ha formado como espía, policía y periodista corresponsal en Afganistán. Ha protagonizado películas realizadas en CCTV, ha sido contratada por la policía para deslumbrar sus cámaras de vigilancia, ha exhumado los restos de un artista para cuestionar el control privado de su obra y planea convertirse en un diamante para ser propiedad de un coleccionista cuando muera. En 2008, su encargo del Servicio Secreto holandés de darle un "rostro humano" resultó en la confiscación de su trabajo por parte del gobierno holandés de la Tate Modern de Londres.
El trabajo de la artista está profundamente arraigado en la experiencia mientras explora las tensiones emocionales, filosóficas y legales que existen entre las instituciones y la agencia individual. Para trabajar en conjunto, con o dentro de grandes organizaciones, Magid busca brechas sistémicas que le permitan estar en contacto con la gente de "adentro". La obra tiende a caracterizarse por las dinámicas de la seducción y las narrativas resultantes a menudo toman la forma de una historia de amor. Estos encuentros íntimos con sistemas burocráticos son un medio para desarrollar una crítica más sutil, preguntándose qué miedos e inseguridades el sistema está diseñado para proteger.