A lo largo de más de veinte años, Pablo Vargas Lugo ha destilado un repertorio de recursos que hacen resonar imágenes y referencias en registros ajenos, despertando el humor, la inquietud o el azoro ante los encuentros que propician esos desplazamientos. En su obra, una serie de intereses constantes, como la tecnología espacial; la escritura; la medición del tiempo y los patrones miméticos o disuasivos de algunos insectos, se comunican a través de inusuales alineamientos técnicos, visuales y conceptuales.
El protagonista principal de esta exposición es un elemento particularmente ubicuo, no sólo en el paisaje de la Ciudad de México, sino en casi todas las zonas urbanizadas del país. Se trata de un poste de concreto de diseño brutalista y funcional, un soporte inerte cuya diseminación por territorios, cada día más amplios, anuncia la penetración del vértigo de la energía y los datos. Emplazado en el espacio de exposición de la galería como un misil, el pesado poste, el Ovipositor, actúa tanto como la charada de una agresión, así como un órgano reproductor cuya carga destructiva o gestante se encuentra apuntando hacia los cuerpos celestes que corren a esconderse tras el horizonte. Algunos blancos potenciales de este instrumento se aprecian en la proyección que ilumina el fondo de la galería: una secuencia de tomas telescópicas de cráteres lunares que llevan –como monumentos naturales a su impacto–los nombres de ilustres filósofos, naturalistas y astrónomos, eternizados como observadores mudos desde la inerte superficie lunar.